Una pizca de cosquillas, -pensó Kalabria-… Miró al cielo y se saboreó, recordó el dulce gustillo de la fresa y la vainilla, esa que siempre comía cuando era niña... Pero aquel día era de fiesta, ya escuchaba el retumbar de los tambores, y el fino sonido de las trompetas. Se acercaba la celebración de mitos y leyendas que recorría la Playa con multitud de los observadores…
Los padres que cargaban a los niños en su sus hombros para que vieran mejor, los ancianos en las esquinas tomando un poco de café… y qué decir de las madres que caminaban orgullosas con sus barrigas abultadas a la espera de una nueva vida… Así era Downtown, lleno de magia y fantasía, pues cualquier cosa podría ocurrir en un abrir y cerrar de ojos…
Pronto, pasaban las caravanas cubiertas de colores y escarchas, el Mohan asustaba a los más chicos, y la Madremonte encantaba y horrorizaba con su mirada apocalíptica… Kalabria se desnucaba por seguir el sonido de las comparsas, y alcanzar los mitos que se esfumaban al son de las canciones… quería inmortalizar aquel momento, revivirlo una y otra vez, y danzar y bailar con las maracas y las liras, tal vez las guitarras acústicas, o un acordeón burletero, de esos que le recordaban la sabana del viejo continente.
Los sonidos se conjugaban armoniosamente, y de repente, Kalabria que había perseguido con maromas y esfuerzos casi sobrehumanos, empujando, sudando y a veces pisando los talones del de la fila delantera, se encontró en el cruce que lindaba con la Oriental…
Pronto, Ella… se vio abocada en un cúmulo de personas, y en el medio, se ahogaba, apretada, acorralada…! Kalabria forcejeó por salir de semejante encrucijada, y retornar pronto a la respiración normal del ambiente, correr o comer un copo de nieve tal vez… Pero se había quedado atascada allí, entre la muchedumbre, entre el gentío, donde el hacino del calor y la falta de viento sacude las esquinas de la montaña.
De un momento a otro, estalló una luz resplandeciente del cielo, tan blanca como la nieve, tan suave como el algodón, tan dulce como la miel, tan tersa como la seda, tan tranquila como el mar… Se encendió con todo furor con tal resplandor y prisa, su luz cegaba y aturdía… Se iluminaban las nubes, el mismo sol, el calor desaparecía con la frescura traslúcida de su candor…
Pronto, a su alrededor las parejas se abrazan, y en un tierno gesto de locura y desenfreno, los de un lado y simultáneamente los del otro, se acariciaban dulcemente hasta acercar sus labios y emprender el más maravilloso encuentro de labios y sabrosos besos de la planicie.
Kalabria, asombrada de semejante espectáculo, quedó enceguecida a medida que el cielo resplandecía con más fuerza, y la blancura del espacio desvanecía el ruido y la bulla de la ciudad, que se apagaban como si se alejase desde el cielo, flotando y volando, llegando al éxtasis del beso esperado…
Aquella noche, ella, Kalabria despertó en los brazos de su amado, y devolvió así ese beso, su primer beso, que la enamoró aquella tarde, entre mitos y leyendas, fantasías y ensueños…
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