lunes, 26 de septiembre de 2011

El Faro de Scheveningen

Todo comenzó esa tarde en que Miranda descubrió aquel hermoso paisaje… Era una tarde fría, de clima agradable, y algo refrigerante en que a la cima de un árbol, ella, observó… Allí estaba el bellísimo pueblo costero de Scheveningen, con sus vientos frescos y de penetrante olor a pescado… El faro rojo que conducía su camino recto hacia la playa, la miraba como una incógnita sin resolver…

Y aquel mismo día en que habría logrado su descubrimiento; en la noche, decidió subir la cima. Con sigiloso aliento, trepó una a una las escalas de hierro, mientras las puntitas de sus pies buscaban curiosas el eterno final de la entrañable torre. La llegada a la meta, era un premio que cobraría con su astucia, su magnánima inteligencia, picardía y agilidad propia de una mujer como Miranda… Astucia que había ganado, cuando se le ocurrió escudriñar los misterios de aquel lugar…

Una vez allí, en la cumbre, comenzó a observar la ciudad, en su barullo, calma y regocijo. Las ventanitas apagadas, y la quietud del mar le abrazaban con deslumbrante confianza… Podría ser la espectadora, la supervisora del destino de los menos pensados; de aquellos que continuaban sus vidas como si no tuvieran más que el ojo del Señor celestial, Él y solo Él, quien patrullaba sosegado la vida de los más mortales…

Pero en aquella noche habría una ventanita, en la distancia, con la luz encendida... El pequeño reflejo de luz tenue, dejaba entrever la figura de una mujer delgada y de corta edad que bailaba en su cuarto con tan solo una fina y delicada prenda de encajes rosas…¿Qué hará danzando de esa forma? –Se preguntaba Miranda–, pues hasta aquel instante habría perdido la simple curiosidad de saciar sus ojos con el solo imaginario de las escenas que se desarrollaban a su alrededor. De esta forma, a la noche siguiente, asistió decidida a su encuentro con la usurpación de las miradas que se escapan a los ojos de la tierra, pero no a la visión de águila de un faro en el puerto.

Y así prosiguió cada noche, equipándose entre sombras y herramientas, unas veces binóculos y otras un telescopio, para captar con precisión los movimientos de la ingenua muchacha. Unos días, los de luna llena, observaba como la chiquilla se acicalaba y dibujaba con pintalabios rosa su boca, mientras esparcía aceite fino en su delicada piel… Otras, simplemente examinaba por largas y extensas horas como devoraba todos y cada uno de los libros de Charles Dickens.

¿Qué leerá esta noche, por si acaso? La casa desolada, Un cuento de navidad, o tal vez La pequeña Dorrit? –Titubeaba Miranda–. Aquel día, no habría importado el libro que eligiera, pues se había quedado enclaustrada en su expresión vagabunda, esa que observaba y le llenaba de regocijo y placer. ¿En qué párrafo anduviera? ¿Acaso lee sobre una merecida muerte? Se preguntaba Miranda, mientras acechaba más y más sumida en su propia abstracción.

La figura desconsolada que se reflejaba en la muchacha se hacía indescriptiblemente angustiosa, estrepitosamente más lúgubre, inexplicablemente sombría, fúnebre y devastadora… Pero Miranda se había quedado atrapada en la mirada, y la petrificación de sus emociones habría trazado lado a lado su corazón como si una flecha unida por un lazo la llevara hasta los confines de la desconocida.

Tal vez sería su ambición por extraer sus emociones y tal vez desmenuzar uno a uno sus pensamientos, pues se había convertido en esclava de la observación, de la perversidad de su mirada no descubierta, de vigilar mientras la castigaba, por no ser ella quien no la perdía de vista, sino encarcelarse a hurgar como delincuente, vagabunda de las emociones ajenas, de la intimidad de otra, intimidad que habría perdido en el momento en que se dio cuenta que era ella misma a quien observaba, pues el fantasma de su propio cuerpo había ido a buscarla en aquel faro desolado y triste donde solo habitan las almas pusilánimes, aquellas almas que solo pertenecían al baúl de los muertos…

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los Besos Soñados

Una pizca de cosquillas, -pensó Kalabria-… Miró al cielo y se saboreó, recordó el dulce gustillo de la fresa y la vainilla, esa que siempre comía cuando era niña... Pero aquel día era de fiesta, ya escuchaba el retumbar de los tambores, y el fino sonido de las trompetas. Se acercaba la celebración de mitos y leyendas que recorría la Playa con multitud de los observadores…

Los padres que cargaban a los niños en su sus hombros para que vieran mejor, los ancianos en las esquinas tomando un poco de café… y qué decir de las madres que caminaban orgullosas con sus barrigas abultadas a la espera de una nueva vida… Así era Downtown, lleno de magia y fantasía, pues cualquier cosa podría ocurrir en un abrir y cerrar de ojos…

Pronto, pasaban las caravanas cubiertas de colores y escarchas, el Mohan asustaba a los más chicos, y la Madremonte encantaba y horrorizaba con su mirada apocalíptica… Kalabria se desnucaba por seguir el sonido de las comparsas, y alcanzar los mitos que se esfumaban al son de las canciones… quería inmortalizar aquel momento, revivirlo una y otra vez, y danzar y bailar con las maracas y las liras, tal vez las guitarras acústicas, o un acordeón burletero, de esos que le recordaban la sabana del viejo continente.

Los sonidos se conjugaban armoniosamente, y de repente, Kalabria que había perseguido con maromas y esfuerzos casi sobrehumanos, empujando, sudando y a veces pisando los talones del de la fila delantera, se encontró en el cruce que lindaba con la Oriental…

Pronto, Ella… se vio abocada en un cúmulo de personas, y en el medio, se ahogaba, apretada, acorralada…! Kalabria forcejeó por salir de semejante encrucijada, y retornar pronto a la respiración normal del ambiente, correr o comer un copo de nieve tal vez… Pero se había quedado atascada allí, entre la muchedumbre, entre el gentío, donde el hacino del calor y la falta de viento sacude las esquinas de la montaña.

De un momento a otro, estalló una luz resplandeciente del cielo, tan blanca como la nieve, tan suave como el algodón, tan dulce como la miel, tan tersa como la seda, tan tranquila como el mar… Se encendió con todo furor con tal resplandor y prisa, su luz cegaba y aturdía… Se iluminaban las nubes, el mismo sol, el calor desaparecía con la frescura traslúcida de su candor…

Pronto, a su alrededor las parejas se abrazan, y en un tierno gesto de locura y desenfreno, los de un lado y simultáneamente los del otro, se acariciaban dulcemente hasta acercar sus labios y emprender el más maravilloso encuentro de labios y sabrosos besos de la planicie.

Kalabria, asombrada de semejante espectáculo, quedó enceguecida a medida que el cielo resplandecía con más fuerza, y la blancura del espacio desvanecía el ruido y la bulla de la ciudad, que se apagaban como si se alejase desde el cielo, flotando y volando, llegando al éxtasis del beso esperado…

Aquella noche, ella, Kalabria despertó en los brazos de su amado, y devolvió así ese beso, su primer beso, que la enamoró aquella tarde, entre mitos y leyendas, fantasías y ensueños…

viernes, 16 de septiembre de 2011

FINAL

Está bien, lo acepto, no soy la mejor para darle un final a las cosas.

No las quiero terminar’, está bien?

No será mejor dejarlo en un eterno presente?

Es que acaso… La verdad, no sé los cuentos cómo acaban, apenas tengo 23 años, y he visto el final de muy pocas historias…

Prefiero tenerlo ahí, ahí cerquita, contándole al oído, lo que creo y ha ocurrido. No me gustan los finales felices, ni las novelas rosas de amor que claudican con un cúmulo de niños que les aseguran la felicidad al par de príncipes.

Más bien, son esos finales que no se entienden lo que ocurre lo que me gusta.

Porque así como usted y yo, el final se crea a conciencia, se puede interpretar al antojo, y por si no logramos ‘satisfacer’ las expectativas del consumidor, se le ofrece su imaginación. Como cuando uno duerme y lo despiertan, el sueño queda a la mitad, y no queda más que inventarse el final.

Está bien, escribir no es fácil…

Satisfacer al lector menos,

Hacer felices a los hombres, no es deber del Estado,

Pues la felicidad es un imperativo personal de orden taxativo, y no de elección.

Entonces elijo se feliz a mi manera, escribiendo y eliminando las pulsiones, con lo más bello hermoso de lo que nos ha dotado el lenguaje, pues permite construir edificios donde solo hay desiertos, y darle reversa a un martirizante y espeluznante final.

NOSOTROS

Aquella noche hablaba nuevamente de un regreso. Ese regreso dulce que me hablaba entre sueños de él, y ese cordón que nos unía con el doloroso lazo de la complicidad. De mi confianza rota, y no volver a tener fe, se podría hablar y dar cátedra una y otra vez de mis errores y las consecuencias de mis estupideces… Pero bueno, las estupideces fueron compartidas, hasta que llegué a darme cuenta lo estúpidos que éramos todos.

Él juraba que me amaría hasta el cansancio y sujetaría mis cabellos como lo hacía con los cielos que acobijaban mi dormir. Pero solo eran falacias, al menos para mí, yo ya no creía en sus palabras, y el frio de septiembre empezaba a ser un karma que a veces, acompañado de lluvia y otras de granizo, me gritaban nuevamente me alejara de él.

No sé si fuera su cobardía o la vergüenza de sentirse viejo, lo que me apenaba a estar cerca. Quería un hombre fuerte, no de músculos ni hormonas, quería un hombre fuerte de ideales, con la valentía suficiente para contar los hechos tal y como ocurrían, pero especialmente, que no permitiera que ella me llamara a atormentarme la vida.

Para el mes anterior a estos acontecimientos, la vida era diferente. Yo sonreía y creía en su amor eterno, haría lo que fuera para que se enamorara de mí, y le coqueteaba con tanto encanto, que a veces sentía que le entregaba mi alma derramada. Podría convertirme en poema o canción para él, con tal de estar cerca de sus manos, que las sentía tan suaves como las nubes.

Ahora todo era diferente, y el peso de sus palabras no pronunciadas y las mentiras camufladas en un ‘estoy tranquilo’ comenzaban a ser como lastras de concreto que cargaba sobre mis hombros y sobre mis sonrisas. Y allí comencé yo, con mi historia de lamentos, y tristezas, incredibilidades, labios apagados, y profundas pero más que vacías desesperanzas.

¡Ya no hay mañana! Ya no hay nada para mí, ni sol que me caliente, ni luz que me alumbre. Parecía que el lúgubre de los días se apoderaba hasta del tiempo. Entonces comencé a utilizar abrigos largos que cubrieran mi figura que se hacía más lánguida, y mis sonrisas que se hacían más falsas.

Pero aquello no eran más que superficialidades. Las noches venían siempre con sus fantasmas, y, entre sombras y espantos, el espasmo de la oscuridad se apoderaba de mi cuello, que a veces me ahorcaba y otras veces me dejaba sin alientos para comenzar.

Así, me fui yendo muy despacio, despacito y a paso lento, los sueños que se quebraban con el alma rota, el deseo de un ayer que se escapaba como el agua, o las desilusiones que se esparramaban como gas inflamable, pues mi corazón aún hablaba de él. Aún ansiaba que la soledad de mis días fuera impregnada con un poco de lo que se había llevado. Con un poco de canela, y su guitarra triste, su voz mal entonada, o sus ideas de la filosofía del siglo XX.

Sabía que ese sentimiento no se borraría de la noche a la mañana, y menos teniéndolo cerca todas las mañanas. Pues me había mentido, y para mí, ya no había cabida para más errores. Porque además de todo ser un absoluto desastre, yo seguía viva, y no quedaba más alternativa que hacer lo mejor posible con todo el fiasco que se había generado en torno a nosotros. Tal vez, el nosotros que nunca fuimos o que nunca seremos.

No hay más ‘nosotros’, solo queda el recuerdo que alimenta la memoria de lo que ahora existe en estadios separados y se desentrañan como si no hubiese más existencia misma que la angustia y la melancolía de eso que nunca más volveríamos a ser.

martes, 6 de septiembre de 2011

CONDENA AL FRACASO

Amado lector… tú, que te has atrevido a robarte unos minutos de tu tiempo. Me excuso, pido perdón, me arrodillo, y de nuevo te agradezco si alguna vez leíste alguno de mis pensamientos, o cuentos, o historias o ideas desgarrafales que me da por publicar. He tomado mi Blog como un espacio libre para dar a conocer lo que siento, como lo veo, como lo percibo, como me afecta. Así me construyo como individuo con todo y mis defectos y mis miedos.

He caído en el ‘error’, tal vez en la tentación de abrirme como un libro y quitar una a una las prendas que me cubren, desvelando los morados de mi piel, cicatrices y heridas que a lo mejor nunca llegarán a cerrar. Soy acérrima creyente en el amor, en la ilusión, en los sentimientos, y me desvelo por un profundo romanticismo que defiendo, por el que lucho con espada en mano, y daré mi vida si es posible. El amor, como lo conocemos, lo revuelco y lo redefino cuanto pasa, pues notará que algo de amor estará siempre presente en mis escritos.

A eso le apuesto y siempre apostaré.

¿Qué pasa? Me condeno, me condeno a mí y a mis palabras, me condeno a mis escritos y a mi renuncia de ser lo que soy, en lo que no tengo fe, en lo que no confío y en lo que no doy un peso. Me condeno como escritora, me condeno a mi fracaso, y desolada y triste lo trasmito como otro de mis pensamientos que se derraman, lentamente, como un líquido muy denso, como el mercurio tal vez…

Mi magia que se agota cada vez que escribo más palabras, comienza  a ser un sonsonete que aturde y cansa. Las historias de amor disfrazadas en simples metáforas como la bruja que acribilla al despreciable amante, como la isla que alberca ese elixir de la vida, la ambrosía de los dioses, como Palas Atenea que cuida con su sabiduría mis noches, y me toma con su ‘blanca mano’.

Pero me he equivocado una vez más, lo he hecho en público, he desnudando mi esencia donde podría ser descubierta y donde yo no la encontraba, disfrazadas tras el triste y traslúcido aumentar de un contador que atrae mirones, curiosos, aficionados, o básicos voyeurs como yo, miradores del destino, observadores, que sólo quieren ver lo que pasa, pero a medida que los ojos descubren y corren la cortina que a veces parece rosa, pero indudablemente es negra y mal redactada se cae nuevamente en el fracaso de no esperar más que no volver a mirar.

Esta es mi condena, la que no quiero trasmitir, la condena de las palabras mal dichas, los espacios mal configurados, los adjetivos repetidos, la misma tendencia que recorre lo que digo en circunloquios mal hablados… a eso, a eso no le apuesto más… como seguramente usted no le apostará a mí.

Sin antes pedir arrepentida perdón…

Suya….

jueves, 1 de septiembre de 2011

UN POCO DE AIRE

El árbol se clava... se clava con sus raíces muy dentro de la tierra.
El agua con su cauce y su fuerza moldea la arena, la tierra, las plantas, nos baña con su lluvia, purifica nuestras frutas…
Qué me dicen del fuego? Sin un poco que oxígeno, con todo su calor y congestión, que sería? Pero allí está, pegado del suelo, estático y al mismo tiempo etéreo, amando la tierra y amando el viento.

¿Pero yo? ¿Sabes quién soy?
Soy viento, soy aire, soy aroma, soy fragancia... a veces soy torbellino, y de vez en cuando un tornado agresivo…

Seré de aquí, amada tierra? Seré de aquí?
Dime hermosa tierra, madre, dadora de toda vida, dadivosa, fértil, quién soy? Mensajero?

Acaso las palabras no están en este mundo? Acaso no podemos hablar igualmente? Porqué me sacas de tu atmósfera? Es que acaso no puedo volar aquí, anclada a ti, amándote a ti, haciéndote el amor a ti?

Vamos, déjame hacer con la arena hermosos huracanes, déjame hacer con el agua… vendavales! Déjame hacer con el fuego increíbles combustiones.

Déjame madre tierra, déjame pintarte de colores, déjame perfumarte con mis vientos fríos, cálidos y refrescantes… Déjame soplarte en las noches, y acurrucarte en las mañanas, quiero silbarte y cantarte, llenarte de oxígeno y de viento saludable.

Te amo y a ti me ancló, déjame, dame fuerza, que aquí permaneceré con mi vitalidad y mi calma, con mi efusividad y mi espontaneidad. Déjame sacarte más aire, más hálito, más suspiros, déjeme llenarte de viento mientras te amo.