viernes, 2 de diciembre de 2011

Ofelia y Polonio


Se abre el telón, - Aplausos! Aplausos!
La multitud se pone en pie.
Los artistas enmascarados se paran frente al público.
La multitud enloquece, todos gritan, algunos lloran... todos se estremecen.

La ovación era esplendorosa, y los actores habían hecho su mejor número. Ofelia muerta, ahogada en el rio, sonreía con ternura, sus labios morados y el frio impiadoso no bastaron para sonreir reluciente… Mientras tanto, miraba enternecida a quien hacía de Polonio…

No resistieron, se besaron con tanta fuerza que la percepción del tiempo pasó frente a sus rostros impávidos, sórdidos del embriague a los besos del otro. Ofelia, como no solo hacía llamarse, lo arrastró detrás del telón. Lo llevó al camerino y allí lo acuñó contra el diván. Quitó sus vestimentas, sobreros, pelucas y zapatos. Los velos cayeron, y las imaginaciones se deslizaron.

Mientras tanto, Ofelia, enternecida con tanta dicha, saboreaba sus mejillas tan dulces, tan cálidas… Acariciaba sus cabellos que eran tan largos como los de ella, y su mentón lambido rozaba con sus hombros, suaves y coquetos.

No quitó un centímetro de su rostro y de su cuerpo. Se ataría a Polonio a la eternidad. Robaría su nombre en una estrella. Lo guardaría como a un tesoro. Por eso, en la oscuridad y la penumbra, donde nadie conoce el ruido y la existencia, se abrazó a él para nunca dejarlo ir. Se aferró con tanta fuerza que mientras dormía le asfixiaba…

A la mañana siguiente, solo quedaría su cadáver inmóvil, interte y frío…

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