Se abre el telón, - Aplausos!
Aplausos!
La multitud se pone en pie.
Los artistas enmascarados se
paran frente al público.
La multitud enloquece, todos
gritan, algunos lloran... todos se estremecen.
La ovación era esplendorosa, y
los actores habían hecho su mejor número. Ofelia muerta, ahogada en el rio,
sonreía con ternura, sus labios morados y el frio impiadoso no bastaron para sonreir reluciente…
Mientras tanto, miraba enternecida a quien hacía de Polonio…
No resistieron, se besaron con
tanta fuerza que la percepción del tiempo pasó frente a sus rostros impávidos, sórdidos
del embriague a los besos del otro. Ofelia, como no solo hacía llamarse, lo
arrastró detrás del telón. Lo llevó al camerino y allí lo acuñó contra el
diván. Quitó sus vestimentas, sobreros, pelucas y zapatos. Los velos cayeron, y
las imaginaciones se deslizaron.
Mientras tanto, Ofelia,
enternecida con tanta dicha, saboreaba sus mejillas tan dulces, tan cálidas…
Acariciaba sus cabellos que eran tan largos como los de ella, y su mentón lambido rozaba con sus hombros, suaves y coquetos.
No quitó un centímetro de su
rostro y de su cuerpo. Se ataría a Polonio a la eternidad. Robaría su nombre en
una estrella. Lo guardaría como a un tesoro. Por eso, en la oscuridad y la
penumbra, donde nadie conoce el ruido y la existencia, se abrazó a él para nunca
dejarlo ir. Se aferró con tanta fuerza que mientras dormía le asfixiaba…
A la mañana siguiente, solo
quedaría su cadáver inmóvil, interte y frío…
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