Esa noche escribiste un poema en mi espalda… Lo leí en un espejo, mientras la tinta negra se adhería a piel, y sentía que se resecaba como el fuego, en medio de la penumbra.
Esa madrugada llegase a mi cama, y con tu lengua quitaste una a una las letras del poema, mientras lo borrabas, con los labios y la saliva.
No recuerdo sus formas, ni recuerdo su rostro, solo pienso en aquella madrugada en que desapareciste y supliqué, con vehemencia, que regresaras, y escribieras ese poema que tanto amaba.
Como sentiste que lo había olvidado, tomaste una fina y delgada cuchilla, y en medio del ensueño y la pasión, lo tallaste nuevamente en mi espalda, mientras dormía y sollozaba con tus manos en mi cuerpo.
Una nueva madrugada, el poema está listo, y tu cuerpo como siempre, ha partido en la penumbra, antes que un rayo de luz, clave mis ojos y descubran, esa tu obra que siempre llega con tu partida…
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