Esa tarde llegué a Paris,
Con las gafas de sol y el vestido de flores.
Hacía mucho calor, el verano además de ser sofocante,
Encendía las más ardorosas pasiones…
Allí me esperabas en la terraza del viejo restaurante ‘Du Pont’,
donde siempre quedábamos de encontrarnos,
en la tradicional calle de la Rue de la Rose.
Yo, caminaba con mis tacones de caza,
mientras mirabas como me acercaba a ti,
y tomabas a sorbos ese amargo café que tanto detestaba,
pero bueno, así te gustaba… y a mí me gustaba…
Como era costumbre… callábamos un rato, como tontos,
mientras pensábamos en el tema de conversación más apropiado…
Yo sentía que me mirabas el pecho y las piernas que sudaban con la caminada,
y cuando encontraba tu mirada, la esquivabas como siempre,
y decías que te encantaba el cielo de Paris…
Esa tarde, antes que hablara del cielo y lo hermoso que se escondía el sol en las nubes,
le agrarré desprevenido, y le dije lo mucho que me gustaba esa barba que subía desde la nuca hasta sus mejillas…
Ellas, abrazaban su rostro y me hacían cosquillas cuando me acariciaba…
Pero esa tarde era especial, algo mágica…
el cielo realmente era azul,
y el solsticio de verano nos abrazaba calurosamente,
en la penumbra, casi de la noche, decidí terminar el jugueteo…
Las consecuencias eran graves, pero ya no soportaba un momento más sin dormir,
teniendo que ir a la cama a encontrarme con su cuerpo acariciándome,
tratando de conciliar el sueño…
Lo embriagué como nunca, le di a beber el vino tinto de mis labios,
lo esposé a mi cuerpo, lo retuve... no podría escapar…
Le amé en la oscuridad, y le mostré mi verdadero rostro…
Él… después de tragar, un poco embotado…
Me miró con cara de pánico, y salió huyendo…
Yo sonreía, y miraba como corría,
Sabía que regresaría en la madrugada…
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