Luces apagadas, las sombras le rodean, e intentan arrancarle su alma.
Pero lucha, se refugia en su fe, se defiende de la no vida.
Salta entre las tinieblas, grita, pero nadie parece oírle.
La oscuridad se ha posado sobre las presencias y les ha dado largo y tranquilo sueño.
El miedo es intento, su alma se desdobla e intenta desesperadamente abrir la puerta que a ciegas logra ver mientras deja que su cuerpo sea atacado. Sale por lo menos unas 17 veces, hasta que prefiere entregarse y disfrutar un poco de la lucha.
Entre las sábanas, saca su lánguida y negra mano, toma su jade y pide no le abandone por esta noche; la pierde.
Batalla hasta llegar a un profundo cansancio y entrega su espíritu melancólicamente a ese séquito dual que le percina. La imagen del maestro se posa en el medio.
Despierta, con un hermoso sol de verano, mientras los pajarillos cantan por un nuevo amanecer.
Las lagañas enceguecían sus ojos… todo fue un sueño.
Cubre su cuerpo. -Mi jade? Roza su mano bajo la almohada. Ahí estaba.
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