Mucha gente se pregunta qué carga una mujer en su bolso… unos panties de repuesto tal vez, o la tradicional billetera de cuadritos rosas, más las llaves del portón; porque dinero ellas nunca necesitan, generalmente hay un barón dispuesto a pagar la cuenta e invitarla a un corto trago, al fin y al cabo poco toman y se sacian con cualquier invitación.
A veces me pregunto, que saben ellos de lo que llevo en mi bolso. Acaso se imaginarán que en sus pequeñas dimensiones caben cosas que realmente no quiero que vean otros?
Un corazón de cerdo, una pezuña frita, el cuerno de un alce, un cuadro viejo, una droga letal, semen en frasco…
Entonces, por aquellos tiempos se puso de moda el color rojo.
Así que decidí teñirme el pelo de negro, y el color de mi piel que era como un azabache coordinaba con mi cabellera larga y enroscada. A pesar de mis débiles senos y mis carnes delicadas, las nalgas explotaban como dos abultadas naranjas asomadas en la cesta del mercado.
Salí de ese almacén, y en la noche tomé el vestido rojo que combinaba con los tacones y la pequeña cartera, apta para cargar el labial carmesí, delineador negro de ojos y una pequeña arma.
Mientras camino, con este vestido de tela ligera y con grabados japoneses la silueta se ve delgada y las piernas largas, el tacón es alto, pero no pierde la sutileza de su trazado al zapatear.
Aunque es difícil pasar desapercibida vistiendo un traje tan llamativo, logré burlar, o al menos eso pensé, algunos de los rincones del barrio italiano.
Entonces salí a buscarte, y te encontré como siempre, escondido esos cabarets ordinarios, fumando el más vulgar de los humos, con ese trago barato.
Entonces sonaba esa canción que tanto amaba, pero no recuerdo su nombre, solo tengo destellos de los acordeones y la voz entre mezclada de tango y bolero; me estaba apuñalando. Me tocó una fibra. Ya no soportaba más mirarme como lo hacías, y aunque mis vísceras deseaban amarte y amarte allí sentado, entre el ruido, el humo y el sudor, no aguanté más y saqué el pequeño revolver y lo apunté a tu frente. Y al verme grande y dominante, y tú con tu pausada forma de mirarme y los ojos de perro vagabundo; la solté y la sumergí en la cerveza del vaso de la próxima mesa, que estaba ocupada por nadie y me enterré en tus piernas y besé tu cuello, te amé como nunca en esos segundos… mientras bajaba la mano por las bragas, y allí cuando nunca más soporté perderte agarré la afilada navaja, y acariciándote como una pluma, corté tu cuello hasta saciar el color de mis trajes y tenderte allí sentado, donde sumergirías tus karmas y tu vicio. Vicio que nunca quisiste que yo fuera, y que yo nunca permití que no lo tomaras.
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