Todo comienza en los suburbios
de Francia,
La Francia liberada
por los deseos del pueblo,
Aquel pueblo que
osaba por obtener la libertad,
La libertad que sólo
se conseguiría con la ética de un hombre.
Un sólo hombre, pero todos cayeron más bajo que Robespierre,
Todos…. excepto Él.
El hombre que me
miró a los ojos y se desnudó ante mi mirada,
Y mientras mi mirada
le observaba más profundo,
Más profunda se hacía
mi alucinación.
Alucinaba con sus
carnes que eran perfectas,
Tan perfectas como su
dulce y sincera voz.
Su voz que se oía a
la distancia,
Y que se distanciaba
menos cuanto más se mostraba,
Y me mostraba, y así
era, su barba que parecía dibujada por Rembrandt.
Su barba o tal vez sus brazos
velludos,
Sería el vello de su
pecho,
El mismo pecho que me
hablada de la verdad…
Y en verdad que me
hechizaba,
Sería el hechizo de
sus palabras, su intelecto, su genialidad,
Pues arte era lo que
destilaba,
Y destilarlo era mi
felicidad,
Felicidad mía y alegría
mía de verle, rozarle, acariciarle,
Hacerle mío,
No lo dejaría al azar…
No lo dejaría al azar…
¿Qué azar? El milagro de encontrarle,
Encontrarle para luego amarle,
Amarle era lo que enternecía mis sentidos,
Encontrarle para luego amarle,
Amarle era lo que enternecía mis sentidos,
Aquellos sentidos que
regalaba a mi ensoñación,
El ensueño de sus
manos suaves,
La suavidad de su blando
y tibio corazón,
El corazón de la
valentía y la pasión,
Pasión de nuestros
ojos…
Mis ojos que te veían
Te veían en sueños,
Los sueños te
susurraban,
Los susurros que te
creaban,
Qué más podría
crearte,
Que mí desesperada y
sutil imaginación…