Faltaban 2 minutos para las 8.00am, y Carmen corría por la estación central del tren en Den Haag, pues se había bajado del tranvía para dirigirse a Ámsterdam, donde tomaría un nuevo transporte con destino a España. Se escuchaba el sonar de los tacones contra el piso, mientras se protegía el cabello de la incipiente lluvia.
Ya dentro del tren debía esperar 45 minutos para llegar a la capital holandesa y hacer su respectivo transbordo de viaje.
Se dedicó a leer las páginas de un libro, mientras el vaivén del tren le aguaba los ojos y se le cerraban lentamente. Cumplido el tiempo, era hora del trasbordo y Carmen estaba muy contenta, pues en España era donde quería conocer todo el romanticismo y la libertad que había dejado en el trópico.
Mientras toma asiento, selecciona un puesto con vista por la ventana y deja las maletas donde pueda pasar el rato tranquila, solo unas horas la separan de España.
Se disponía a dormir cuando observa por la ventana una persona que la observa detrás del vidrio y le sonríe. Entra la persona en tránsito al vagón y se sienta al frente suyo en la misma disposición de descanso viajero.
Este era un hombre interesante, de unos 40 años aproximadamente, vestía de negro, con un gabán largo para el frio, corbata verde, y zapatos de cuero negro.
El hombre se presenta, - Soy Giancarlo, vivo en Amsterdam, y voy para Francia, quien es usted hermosa dama, que alumbró mi mirada desde la ventana?
- Soy Carmen, vivo hace unos años en Den Haag, y ahora me dirijo a España; pienso dar un recorrido por la ciudad Gaudí, estoy de vacaciones.
Todo transcurría normal, y los dos extraños se acercaban más el uno al otro, sintiendo sus pasiones de viaje, sus destinos, sus tures por la ciudad, y esos pequeños planes que realmente querían lograr.
La atracción entre ellos era una fuerza cegadora y mágica que acercaba sus ojos, sus rostros, su cuerpo, sus almas.
Ya sentían como identificaban una sus almas, y desearon que aquel instante nunca terminara.
Pero el reloj era una lucha contra el tiempo, un enemigo visible que los miraba como si fuera hora que soltaran sus manos de su cuerpo y sus labios de su rostro. Casi ardían en pasión, y las historias y las palabras de Giancarlo y Carmen retumbaban en sus oídos y sus sonrisas, como si el Cosmos hubiese conspirado para que ese momento fuera perfecto, y les hubiese puesto al uno y al otro en la misma fracción de segundo, en aquel pedacito de Universo, en la misma silla, bajo un mismo techo, y observando un mismo paisaje.
- ¿Será amor lo que siento? Se preguntaba Carmen.
Pues el viaje era bastante corto y solo unas pocas horas los separaban de sus destinos, Giancarlo se bajaría en la estación central de Francia, a seguir su vida y sus planes, y Carmen desembarcaría en tierras españolas.
Ambos decidieron ignorar la inclemencia del tiempo y las sutilezas dolorosas del segundero, entonces Carmen recostó su cabeza contra el pecho de Giancarlo, y entregó su último suspiro a soñar con aquel hombre que había de cambiarle su vida.
De repente, se sintió un empujón muy fuerte, el tren había frenado, y las familias que se bajaban del tren gritaban psicodélicamente – Hemos llegado a Francia! Mientras Carmen entre dormida trataba de reaccionar lo que había pasado.
Perturbada por el sueño, miró a lo lejos como su amante corría hacia la próxima estación. – Giancarlo!!-, gritó Carmen fuertemente, hasta que la persona en tránsito volteó y la observó por unos segundos como si no la conociera, mientras el tren avanzaba lentamente a su próximo destino.
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