miércoles, 16 de marzo de 2011

LA PRINCESA FRÍA (Parte I)

Hace mucho tiempo, en el reino del hielo existió una princesa.  La princesa fría, se llamaba, pues su piel era blanca como el armiño, sus labios azules como el cielo en las noches y su cabellera tan negra como la oscuridad.  Era fría por dentro y fría por fuera, nadie conocía su sonrisa ni tan siquiera un gesto de amor sincero. El reino del hielo se situaba lejos de otros reinos, y quedaba en el último extremo de las lejanías, era frío porque la inclinación de la tierra no alcanzaba a cubrirle con los rayos de sol, ni en la mañana, ni al medio día, ni en la tarde.

Pero esto no representaba problema alguno, el reino del hielo estaba decorado por doquier con rosas blancas como el cielo, y la vegetación, en su toque sobrio y oscuro, se cubría con la escarcha de nieve que bajaba del cielo.  A la princesa fría no le faltaba nada, pues le sobraban caballeros del glacial que traían para ella numerosos obsequios de los terrenos aledaños; y las doncellas congeladas le cuidaban como la valiosa perla del valle ártico del reino del hielo.

La princesa del frío, transcurría su vida en los salones del palacio donde no le faltaba nada para ser feliz.  Allí habitaba en su reino donde nunca nadie conoció la sensación de la calidez ni el amor. Los habitantes del valle ártico caminaban todos los días a sus empleos rurales, a cuidar de sus animales y a perpetuar sus pequeñas familias. La princesa no conocía la guerra, ni el amor, y jamás necesitó los mercenarios del pantano congelado para dominar sobre sus tierras, pues allí era soberana, como la irradiadora del frío, la que controlaba los valles y la nieve. Nadie nunca en el valle podría despertar sentimientos, y por ello todo era paz y tranquilidad.

Un día de tormenta, cuando el cielo era más oscuro y el viento más denso, los mares glaciales soplaron con fuerza las puertas del palacio, el reino del hielo.  Entre nevados y tempestades entró tiritando el mago del trópico, Mélides le llamaban, y así estaba escrito en la placa que de él colgaba.  Al ver a la princesa del frio, suplicó por su calor y su hospitalidad, pero la princesa como lo haría con los forasteros, posó sus manos sobre las de él, le fue extrayendo el último halo de vida; Mélides fue muriendo lentamente a manos de la princesa que había buscado para salvarle la vida.

Entre agonía y ausencia de aire le dijo:
-       Princesa del frío, escuchadme bien cuanto digo.  Tu reino está predestinado a ser arrasado por los vientos calientes del oeste.  Si quieres salvar al valle ártico de cuanto te digo; tendrás que emprender un viaje muy lejos de este reino y aprender a sentir emociones; y que tu reino, y tus plantas y tus animales, lo aprendan también.  De lo contrario, seré la última persona que veas antes de ver este castillo en llamas y el derretimiento glaciar de tus colinas.  No puedes, no debes seguir extrayendo vidas, pues los dioses del clima están enojados y tu rostro se romperá como hielo seco y será destrozado como nunca lo habías imaginado.


La princesa fría que para la época tendría al menos unos 457 decenios, se conservaba aún como una hermosa doncella de 24 años; pues su tez era resplandeciente, su cuerpo enérgico y sus ojos brillaban como la luna.  Su presencia gatuna era reconocida en el valle y a su reina adoraban como única señora de reino.

Pero la princesa sintió miedo de estas predicciones, y reunió a los magos más aventajados del valle ártico.  Su misión sería construir una máquina para extraer las emociones del universo.  Pero los magos le dieron un regalo mejor: un medallón de hielo que debía usar colgado de su cuello.  Era circular y en el centro una forma de estrella sería la que captaría las emociones humanas y los sentimientos de las personas de las tierras lejanas.

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