Un día un hombre me miró a los ojos. Pero mitió.
Sus palabras eran una maraña de acertijos y enredos que desaparecían en su voz. Mataban el silencio volviéndolo impronunciable.
Un día una mentira me miró a los ojos y me dejó sin palabras.
Su profundidad era irreconocible, y el encantamiento de su discurso se fundía entre la lluvia y la tormenta.
Un día sus ojos me hablaron con silencio.
Porque olvidó mi rostro y mi amor. Olvidó que yo le había creído, y olvidó que había plantado una semilla, que ya no plantaba en mi jardín, pero que seguía creciendo.
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