domingo, 30 de enero de 2011

EL ATAQUE NOCTURNO

Luces apagadas, las sombras le rodean, e intentan arrancarle su alma.

Pero lucha, se refugia en su fe, se defiende de la no vida.

Salta entre las tinieblas, grita, pero nadie parece oírle.

La oscuridad se ha posado sobre las presencias y les ha dado largo y tranquilo sueño.

El miedo es intento, su alma se desdobla e intenta desesperadamente abrir la puerta que a ciegas logra ver mientras deja que su cuerpo sea atacado.  Sale por lo menos unas 17 veces, hasta que prefiere entregarse y disfrutar un poco de la lucha.

Entre las sábanas, saca su lánguida y negra mano, toma su jade y pide no le abandone por esta noche; la pierde.

Batalla hasta llegar a un profundo cansancio y entrega su espíritu melancólicamente a ese séquito dual que le percina.  La imagen del maestro se posa en el medio.

Despierta, con un hermoso sol de verano, mientras los pajarillos cantan por un nuevo amanecer. 

Las lagañas enceguecían sus ojos… todo fue un sueño.

Cubre su cuerpo.  -Mi jade? Roza su mano bajo la almohada.  Ahí estaba.

martes, 18 de enero de 2011

GALATEO Y YO

Ayer vió al fuego volar.  Se convirtió en él.  Yo misma vi como salía de su negra superficie y se incorporaba en el viento.  Era pura magia.  Yo estaba hipnotizada, con el cabello de lado y semidesnuda.  Mi manto era el cielo y las estrellas se movían al sur, mientras las grises nubes las trataban de golpear.  Pero Galateo seguía allí, alumbraba con luz propia, y sus labios eran fuego y eran pasión.  Allí estaba mi constelación más cercana, abrazando mis dedos y jalando mis cabellos.

Jalaba y tiraba, y la cuerda no se soltaba, al contrario se alargaba; pero la distancia era la misma que no nos separaba. Porque no existía.  Era producto de mi imaginación.  Entonces yo creaba paisajes en la oscuridad, y hacía que las sombras se movieran, y que las luces retornaran a mi botella de vidrio.

También guardé unos besos, para el camino.  A veces andar por el desierto te puede dejar fatigado.  Pero esta noche, ni siquiera el cruce completo de Egipto arrancaría de mis venas ese objetivo.  Ya lo había escrito, y así estaba planeado.  Lo que no sabía es que la marejada parecía en mi contra y Urano se quedaría estacionado por un largo rato mientras la lluvia penetraba mis vestiduras.

-       No más Galateo, es hora que partas, pues mi camino es largo y el tuyo más.

Me alejé con una sonrisa gigante mientras las montañas abrían paso a mi camino y las ramas de los árboles hacían camorra para que avanzara más rápido.

No se cuanto caminé pero llegué a donde quería. No más ríos ni lagos, me estaban aburriendo.  Ahora de cara al mar y los arrecifes, miraba mi rostro dibujado contra el agua, y la arena casi blanca, delicada y suave me llegaba a los tobillos.  Me derretí ante el sol del ocaso y mi piel enrojecida se desvaneció de la realidad.  Aquel estado en el que siempre quiero caer pero mi consciencia lo espanta; el lugar donde van las almas de a siete, y los espíritus deciden volar lejos del cuerpo.  Aquel lugar donde la realidad es la que tu pintas, y tus deseos son los que se realizan.

Me convertí entonces en tigre y salí lejos de mi cuerpo; al son de la escalada, mordí ardillas y conejos, y volé entre las rocas; rayé las piedras y salté acantilados.  Era tan libre que nada me podía faltar, entonces asesiné hombres y me enfrenté a grandes osos, hasta que en medio del éter me convertí en vapor caliente que salía de una grande roca en medio del océano…  Y era venerada como la diosa del gas y mi color era rosado.  A veces de mí emergían chispas y destellos lumínicos; entonces caí y mis formas se destrozaron, mi rostro se ralló y mi cuerpo se diluyó en el viento.  Era basura boreal.  Un trozo del universo, frio y congelado; siempre a la intemperie de la no gravedad.  Siempre esperando que un cometa me arrastrara y me llevara muy lejos en su fuego congelado.  Pero allí permanecí por decenios, hasta que mi cubierta se llenó de moho y en forma de hoja retorné a mi cuerpo, ya envejecida con el tiempo y con las carnes flotantes y arrugadas.  Abrí los ojos y fue el último suspiro de mi vida, pues ésta se había esfumado en la playa.

Entonces morí y mi cuerpo se desintegró en la arena.

-       Al fin a tu lado Galateo… Pasé mi vida en el hechizo de la imaginación para envejecer y regresar a tu lado.  Pero esta vida fue como una eternidad, pues el mundo del no cuerpo tiene mil instantes que duran un mil segundos.  Pasaría un mil momentos más como esta existencia con tal de no ver otros ojos que los tuyos, y amar otro cuerpo que al tuyo.

-       Ya no soy de este mundo. (Decía mientras miraba a la nada).  He pasado otra escalada. Mis ojos ya no son los mismos, y mi cuerpo ya no es el mismo.  Pertenezco a otro lugar, no me alimento de lo mismo, y mi cuerpo ya no se encuentra sino en los recuerdos de la galaxia.

-       ¿Entonces que tendré que hacer Galateo? Ya no corras más, pues estoy algo agotada.  Deja me incorporo en lo poco de arena que eres, y descansaré un rato, mientras desaparezco también de aquí.

-       Pero si fuiste tú quien partió la última vez. No hay forma que yo pueda escapar.

-       Así es, tu te alejaste mientras yo recorrí el camino que me pediste que siguiera.  Me lo enseñaste, pero me quedé en un arrecife, este en el que ahora yazco. Y al que sabía vendrías, una vez retornaras.

-       Sí, pero has tardado mucho. Y ya estoy lejos de aquí…

Entonces entre la arena enfurecida, creció un nuevo mi cuerpo dorado como el sol, con las carnes fuertes y firmes, los pechos generosos y el trasero redondo y valiente.  Las piernas largas y exuberantes para correr y la cabellera negra y larga para encantar en la noche, pues los forasteros fácilmente se embriagan con el olor de un cuerpo amazónico.

De mi mente se borró Galateo.  Pero en su memoria permanecí, y lo maldije a vagar nómada en el Oriente.  A ser presa de piratas, riñas, hambre y enfermedad. Galateo había despertado mi furia y mi recuerdo se grabaría por siempre en su mente, donde la mía nunca llegaría más.  Por eso lo envié lejos, a otro continente, a las Atiadas, lejos de donde me encontraba, pues si algún día volvería a verme sería absuelto de sus maldiciones y yo sería condenada a amarlo por siempre.  Pero yo había puesto un dispositivo en nuestros cuerpos y nuestras energías nunca se volverían a encontrar.

Entonces Galateo, reticente a la peste, y a la vejez, decidió luchar por su destino y recuperarse a sí mismo, a su vida, a su fantasía, y las mujeres que custodiaba en las noches.  Quería desencadenar las maldiciones, y volver a reinarme, poseerme como siempre lo hizo.  Así, con una daga puntuda dorada corrió por continentes, vagando siempre en dirección opuesta a mi presencia, repelido por las mujeres, y odiado por los hombres, hedía en busca de su identidad, tratando de recordar su nombre y su memoria pues en su mente solo veía mi rostro...  rostro que yo nunca vislumbré, pues me dediqué al humo y al amor, a la danza y a la música… Y nunca nada sonó como Galateo, ni nada se parecía a él, pues su recuerdo se había borrado.

Entonces, cuando él, habiendo llegado a la cúspide más lejana de mi presencia, dobló el espacio y el tiempo; lanzó su daga adolorida, donde su memoria solo veían mis pechos, y allí la clavó con dolor y falleciendo lentamente, grité su nombre restableciendo el pasado donde dejó mi cuerpo en la arena, y fundidos en una sola masa, quebró la maldición y así todo lo que había ocurrido, hasta llegar a ese instante, donde introduje estas memorias en su mente y le miré por última vez mientras me despedía…



18/01/2011 18:09

jueves, 13 de enero de 2011

LA HUESUDA

La huesuda hedía.  Era alargada, y andrajosa. Provocaba una física repulsión humana que nadie hubiera querido otorgarle este título.  Su aspecto sobrenatural apenas era soportable por la presencia física de persona alguna.

La huesuda olía a huevos rancios y cabezas de pescado.  Su lánguida figura tallaba sus pieles en contorno de sus delgados y sobresalientes huesos.  Desde la distancia se le apreciaba su estómago casi endémico y parasitante.

La huesuda tenía 43 años, pero su rostro reflejaba al menos unos 60.  Tan insignificante, su asco ni siquiera le servía para ganar un poco de distancia de los transeúntes.  Muchas veces era golpeada por desconocidos pasajeros, y otros vándalos de las calles de la ciudad que recorría y se topaban con ella como una andrajosa que a sacol oliera.

Elvira, se vestía de ropas viejas color gris que llevaba consigo en un pequeño bolsito que se colgaba al hombro.  Pero su insoportable olor a peste, nunca pasaba desapercibido, y a veces era normal que recibiera pedradas que parecieran venir del cielo.

Sangrante y tambaleante odió su vida y su existencia, que era todo cuanto tenía, y todo cuanto quería perder.  A veces dormía en los ríos, tratando de pescar alguna virosis; pero era tan repugnante y despreciable que ni siquiera parásitos tan insignificantes le habrían provocado algún malestar, pues era inmune a cualquier intento de mortandad, parece que se trataba de la muerte misma, la encarnación de todo desperdicio físico y toda repugnancia viviente.
Conoció el dolor, en su sangre y en su vientre.  Su familia, descendiente del desalojo había arrastrado el dolor de la guerra y la religión; y fue toda la basura de la que se alimentó mientras conservaba la vida.

La huesuda sonreía, en ocasiones pelaba una mueca que creía ser el retrato de su libertad, de su alegría.  Pero antes de ser confundida con una sonrisa, más bien parecía un rostro endémico de sufrimiento, los mocos le chorreaban de las fosas nasales y las lágrimas caían a borbotones.

Y así era Elvira, en su mundo de farsa, se alimentaba de las sobras de la carnicería, porque creía ni siquiera merecer un bocado de pan recién horneado.  Y por ello, hedía en los puentes, en las calles y en las alcantarillas.  Asqueaba en su cuerpo y su alma, su inhóspita e inútil vida era eterna, los días eran eternos, las horas parecían siglos y los días de primavera pareciera que nunca fueran a terminar.  Infértil y desértica amaba el dolor, el halo del frio en la garganta, y el congelamiento de sus manos a la caía de la nieve.

Erraba en los puertos, y en los desiertos. Aunque en el fondo prefería ir debajo de la ciudad, en down town, donde se mezclaba con otras basuras de su especie.  Allí descubrió la esencia de su existencia. La mayor decadencia humana, el olor de la heroína fundida, la gasolina regada, el semen de borracho sobre alguna acera que derramaba una puta de cantina.  Allí se saciaría de lo que era la de vida, todo cuanto sabía y cuanto conocía.  Todo cuanto su imaginación pudiera alcanzar.

Condenada a escapar, erró por las ciudades costeras y las del interior, cual hiena hambrienta bebió el agua que se recogía en las calles después de la lluvia y lamió el piso de bares para conocer el sabor de la cerveza.

La huesuda apenas modulaba palabra, no tenía necesidad de hablar, su cuerpo era su medio de comunicación, de dolor y desecho.  Sus cuerdas vocales a veces emitían un sonido, muy parecido a un chillido, acompañado de sus repulsivos gestos, que en vez de miedo, despertaban lástima.

Y así un día, cansada de su rutinaria existencia bífida y vacía, caviló ponerle fin de una vez por todas a su cuerpo.  Ya que su alma, de poco sentido carecía, y su repugnancia alcanzaba a molestarle a ella misma.  Así que, fatigada de haberlo visto todo, de haberse saciado de mundo, de humanidad y de sí misma, planeó todo para cortar el delgado hilo que la conectaba con la vida, ya que realmente había pasado todo ese tiempo como un muerto viviente.

Primero intentó  saltar de un quinto piso, pero calló sobre su pierna derecha y el romper de sus huesos le dejó como secuela un caminado arrastrado y torcido de medio lado.  Así vagó durante unos cuantos años hasta dejar de sentir dolor y solo apreciar un pequeño crujido cuando se desplazaba.

Cansada de pensar; a las orillas de una prestigiosa ciudad costera, hundió su cuerpo en el agua del canal que separaba dos fronteras, y al nadar descontroladamente, topóse su cuerpo con las aspas de un gran barco que le asfixiaron hasta dejarla sin vida; para desgracia de la tripulación que estaba en un crucero vacacional, sintieron un fuerte golpe contra la cubierta; y entre moretones y sangrado, vieron salir el cuerpo flotante de un morsa bebé muerta. El viaje continuó con su destino sin percance alguno que fastidiara la instancia de los viajeros. Y la morsa flotó y se degradó con el paso de los días, en las contaminadas aguas del mar que la contuvo.

Así la huesuda continuó errando muerta en muerte por los desiertos, en la nada, donde siempre había pertenecido.

lunes, 3 de enero de 2011

EL BOLSO ROJO


Mucha gente se pregunta qué carga una mujer en su bolso… unos panties de repuesto tal vez, o la tradicional billetera de cuadritos rosas, más las llaves del portón; porque dinero ellas nunca necesitan, generalmente hay un barón dispuesto a pagar la cuenta e invitarla a un corto trago, al fin y al cabo poco toman y se sacian con cualquier invitación.
A veces me pregunto, que saben ellos de lo que llevo en mi bolso.  Acaso se imaginarán que en sus pequeñas dimensiones caben cosas que realmente no quiero que vean otros?
Un corazón de cerdo, una pezuña frita, el cuerno de un alce, un cuadro viejo, una droga letal, semen en frasco…
Entonces, por aquellos tiempos se puso de moda el color rojo.
Así que decidí teñirme el pelo de negro, y el color de mi piel que era como un azabache coordinaba con mi cabellera larga y enroscada.  A pesar de mis débiles senos y mis carnes delicadas, las nalgas explotaban como dos abultadas naranjas asomadas en la cesta del mercado.
Salí de ese almacén, y en la noche tomé el vestido rojo que combinaba con los tacones y la pequeña cartera, apta para cargar el labial carmesí, delineador negro de ojos y una pequeña arma.
Mientras camino, con este vestido de tela ligera y con grabados japoneses la silueta se ve delgada y las piernas largas, el tacón es alto, pero no pierde la sutileza de su trazado al zapatear.
Aunque es difícil pasar desapercibida vistiendo un traje tan llamativo, logré burlar, o al menos eso pensé, algunos de los rincones del barrio italiano.
Entonces salí a buscarte, y te encontré como siempre, escondido esos cabarets ordinarios, fumando el más vulgar de los humos, con ese trago barato.
Entonces sonaba esa canción que tanto amaba, pero no recuerdo su nombre, solo tengo destellos de los acordeones y la voz entre mezclada de tango y bolero; me estaba apuñalando.  Me tocó una fibra.  Ya no soportaba más mirarme como lo hacías, y aunque mis vísceras deseaban amarte y amarte allí sentado, entre el ruido, el humo y el sudor, no aguanté más y saqué el pequeño revolver y lo apunté a tu frente.  Y al verme grande y dominante, y tú con tu pausada forma de mirarme y los ojos de perro vagabundo; la solté y la sumergí en la cerveza  del vaso de la próxima mesa, que estaba ocupada por nadie y me enterré en tus piernas y besé tu cuello, te amé como nunca en esos segundos… mientras bajaba la mano por las bragas, y allí cuando nunca más soporté perderte agarré la afilada navaja, y acariciándote como una pluma, corté tu cuello hasta saciar el color de mis trajes y tenderte allí sentado, donde sumergirías tus karmas y tu vicio.  Vicio que nunca quisiste que yo fuera, y que yo nunca permití que no lo tomaras.

domingo, 2 de enero de 2011

DRAGÓN DE LA NOCHE

El dragón de la noche tiene el cabello largo y los ojos oscuros, el cuerpo tallado y la piel dorada. Las carnes firmes y los músculos sólidos. Su rostro se cubre de una incipiente barba, que le adorna con el humo del cigarro.  Su mirada profunda y sus facciones fuertes, conjugan con sus movimientos rítmicos y sensuales.  El dragón de la noche anda descalzo y de sudadera negra.  Su mirar oriental se inspira en el odio y el pecado, pues su cuerpo es templo de seducción.

Esa noche el pasillo Zaravanda albergaba otro cuerpo, y el dragón de la noche se encontraba ahora muy lejos. Donde las voces discordantes no alcanzan y el rostro de su amada nunca antes fue observado.   Ahora se encuentra sumido en la prisión, el vacío y el silencio, donde el viento no le rosa sus cabellos, y donde sus perfectos movimientos marciales se encuentran ahora ignorados.
El dragón de la noche es el diablo, y aunque sus ojos no son rojos; su costado izquierdo derrama sangre y sudor; allá donde su cerebro funciona de forma fractal, y donde solo hay cabida para placer y el heroísmo, hay un hombre vacío y sediento.

El dragón de la noche alcanzó a la princesa del castillo, la princesa de los cabellos negros; la robó de los brazos de la luna, la hurtó hasta el escondite más profundo y a ella se fundió.  En sus piernas, en sus labios carnudos y en sus olores, en su saliva y en su esencia se extasió y caníbalmente devoró sus huesos hasta dejarlos tiernos y rojizos.  Así lo hizo, hasta que su cabello perdió brillo; y su voz no modulaba sonido.  Porque ahora ella, la reina de la noche, vivía para amarlo y complacerlo, aprendió de las artes y los placeres, a comprender su lenguaje extraño y sus hábitos nocturnos; a moverse a un ritmo lento; y a emitir las esencias que le complacían.

Entonces, el dragón de la noche se consumió en sus encantos como papel en la hoguera, surcando sus aguas y cuevas, disfrutando de sus profundidades y vacíos, y la fumose como si entrara en trance hasta que sus corazones latieron a la misma velocidad, sin darse cuenta que el amor que despertaba lo llevaba a su aceleración.

Pero a media noche, donde el aire es más frío y la luna más densa; el dragón de la noche escapó de la cueva y salió a comer carroña, pues ya nada le complacía, y el laberinto de su cerebro no encontraba el retorno al olvido, donde todo es inconcluso y los sentidos están perdidos… Ahora vagaría en el mundo del todo; donde no había lugar a la nada; donde las tierras fértiles no tenían nada que pudiera sorprenderle, donde la magia de las hadas eran volátiles y el poder de las artes se habían extinguido; ahora el arte de amar no tenía sentido… entonces siguió volando a buscar inspiración.