lunes, 21 de marzo de 2011

LA PRINCESA FRÍA (Parte II)

Entonces la princesa fría, salió del castillo con su medallón colgado al cuello con prendas propias de la época, pues ya era el año 3.509 y muy seguramente las sociedades habían cambiando en sus cuatro siglos de vida.  Su belleza y frialdad le permitirían mezclarse entre la gente de otras razas, y evitar padecimientos a cambio de su mirada que aunque era como el hielo, transmitía paz donde pasara.

Así fue como encontró la primera persona en el valle de la sal; se trataba de un lugar muy caliente en medio del desierto.  A lo lejos, donde pareció encontrar un oasis, observó una familia que caminaba unida, sonriente y amorosa.  La princesa del frío pensó que tal vez esta era su oportunidad para captar algo de calor humano, y acercándose a ellos en calidad de diosa les miró a los ojos simultáneamente a los 5 integrantes de la familia, y posando su medallón a la vista de cada uno, comenzó extraer sus emociones y sus sentimientos.  Pronto sus sonrisas que se oían como carcajadas en el desierto, se convirtieron en rostros serios y agotados… Para la princesa del frío no sería suficiente, y ante de ausencia de comprender lo que ocurría, en sus manos quedaron las últimas migajas de vida, que se extinguieron como una flor marchita ante la ausencia de agua.  Del valle de la sal, saltó al reino de las aguas, donde habitaban personas muy húmedas y de sentimientos azules.  Allí conoció el valor de frescura y la flexibilidad, y repitiendo el proceso que había realizado en el valle de la sal, extrajo una a una, cuántas vidas encontró a su paso.  El valle del baile parecía un lugar muy alegre, igual que la tierra de las caricias y el reino del romance. Uno a uno fue llenando su trozo de hielo mezclando emociones y sentimientos. Robando vidas sin piedad alguna.

Un día, la princesa del hielo conoció por primera vez la guerra; ahora se encontraba en el valle de la niebla, donde el aire era denso y las emociones tristes; también llegó a la tierra de la furia y finalmente a la isla de las espadas.  La princesa fría, tenía cuanto necesitaba y las vidas que habían sido robadas hasta la última gota conformaban la forma del medallón que alumbraba color rojo, lo cual indicaba que estaba listo.

Cuando fue el momento apropiado para regresar a su reino y por temor a ser asaltada de regreso al valle glacial; se internó en una colina muy similar al frío que había en su reino, y en una cabaña de madera reposó su cuerpo de tan arduo trabajo. Abrió una brecha en el espacio y por medio de un agujero negro envió a casa paulatinamente los sentimientos que había recopilado durante su viaje por el mundo.

Sin darse cuenta, pronto el poder contenido se escapó de sus manos y en cámara lenta cayendo al suelo el medallón se rompió.  Las emociones comenzaron a expandirse por todo el espacio, inundando con colores, sonidos, imágenes y olores a la princesa del frío.  Ella, incrédula de lo que ocurría, escéptica de comprender las emociones, comenzó a llorar desesperadamente: lágrimas de alegría, lágrimas de felicidad, ira, éxtasis, amor maternal, victoria, heroísmo, envidia, entre otras emociones comenzaron a apoderarse de su corazón.

Mientras tanto, las emociones también sintieron un llamado y comenzaron a retornar a su lugar y sintiendo el llamado de su lugar de origen.  Los cuerpos dormidos tendidos en el desierto de valle de sal, del baile, el romanticismo y lo demás, volvieron a despertar, pues nunca habían muerto, el hielo de sus cuerpos era el descanso que habían sufrido por el robo de sus corazones, pero sus almas nunca podrían haber sido hurtadas, pues no pertenecían más que a sus propias esencias. La princesa fría, con su vanidad y su belleza no comprendería nunca que en su hermoso rostro nunca encontraría las emociones que buscaba, debía despertar su alma y devolverle el sentido que solo tendría por medio del amor.
El reino del cielo sería arrasado por un glacial de calor y tal como el viejo anciano habría vaticinado, el oráculo se había pronunciado pues la prueba de la princesa residía en su vanidad y cuanto podría luchar contra ella; pero desde el comienzo estuvo en lo cierto y el palacio se vendría abajo en llamas, donde el calor nunca había sido invitado, pero ahora plantaría su presencia. En medio del sollozo, la princesa del frío no pudo soportar las emociones que le invadían y embargaban su cuerpo; su alma exhausta de encontrarse a sí misma se apagó por última vez donde ahora descansaría y yacería dándole fin de la era del hielo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

LA PRINCESA FRÍA (Parte I)

Hace mucho tiempo, en el reino del hielo existió una princesa.  La princesa fría, se llamaba, pues su piel era blanca como el armiño, sus labios azules como el cielo en las noches y su cabellera tan negra como la oscuridad.  Era fría por dentro y fría por fuera, nadie conocía su sonrisa ni tan siquiera un gesto de amor sincero. El reino del hielo se situaba lejos de otros reinos, y quedaba en el último extremo de las lejanías, era frío porque la inclinación de la tierra no alcanzaba a cubrirle con los rayos de sol, ni en la mañana, ni al medio día, ni en la tarde.

Pero esto no representaba problema alguno, el reino del hielo estaba decorado por doquier con rosas blancas como el cielo, y la vegetación, en su toque sobrio y oscuro, se cubría con la escarcha de nieve que bajaba del cielo.  A la princesa fría no le faltaba nada, pues le sobraban caballeros del glacial que traían para ella numerosos obsequios de los terrenos aledaños; y las doncellas congeladas le cuidaban como la valiosa perla del valle ártico del reino del hielo.

La princesa del frío, transcurría su vida en los salones del palacio donde no le faltaba nada para ser feliz.  Allí habitaba en su reino donde nunca nadie conoció la sensación de la calidez ni el amor. Los habitantes del valle ártico caminaban todos los días a sus empleos rurales, a cuidar de sus animales y a perpetuar sus pequeñas familias. La princesa no conocía la guerra, ni el amor, y jamás necesitó los mercenarios del pantano congelado para dominar sobre sus tierras, pues allí era soberana, como la irradiadora del frío, la que controlaba los valles y la nieve. Nadie nunca en el valle podría despertar sentimientos, y por ello todo era paz y tranquilidad.

Un día de tormenta, cuando el cielo era más oscuro y el viento más denso, los mares glaciales soplaron con fuerza las puertas del palacio, el reino del hielo.  Entre nevados y tempestades entró tiritando el mago del trópico, Mélides le llamaban, y así estaba escrito en la placa que de él colgaba.  Al ver a la princesa del frio, suplicó por su calor y su hospitalidad, pero la princesa como lo haría con los forasteros, posó sus manos sobre las de él, le fue extrayendo el último halo de vida; Mélides fue muriendo lentamente a manos de la princesa que había buscado para salvarle la vida.

Entre agonía y ausencia de aire le dijo:
-       Princesa del frío, escuchadme bien cuanto digo.  Tu reino está predestinado a ser arrasado por los vientos calientes del oeste.  Si quieres salvar al valle ártico de cuanto te digo; tendrás que emprender un viaje muy lejos de este reino y aprender a sentir emociones; y que tu reino, y tus plantas y tus animales, lo aprendan también.  De lo contrario, seré la última persona que veas antes de ver este castillo en llamas y el derretimiento glaciar de tus colinas.  No puedes, no debes seguir extrayendo vidas, pues los dioses del clima están enojados y tu rostro se romperá como hielo seco y será destrozado como nunca lo habías imaginado.


La princesa fría que para la época tendría al menos unos 457 decenios, se conservaba aún como una hermosa doncella de 24 años; pues su tez era resplandeciente, su cuerpo enérgico y sus ojos brillaban como la luna.  Su presencia gatuna era reconocida en el valle y a su reina adoraban como única señora de reino.

Pero la princesa sintió miedo de estas predicciones, y reunió a los magos más aventajados del valle ártico.  Su misión sería construir una máquina para extraer las emociones del universo.  Pero los magos le dieron un regalo mejor: un medallón de hielo que debía usar colgado de su cuello.  Era circular y en el centro una forma de estrella sería la que captaría las emociones humanas y los sentimientos de las personas de las tierras lejanas.

jueves, 3 de marzo de 2011

LA PERSONA EN TRÁNSITO

Faltaban 2 minutos para las 8.00am, y Carmen corría por la estación central del tren en Den Haag, pues se había bajado del tranvía para dirigirse a Ámsterdam, donde tomaría un nuevo transporte con destino a España.  Se escuchaba el sonar de los tacones contra el piso, mientras se protegía el cabello de la incipiente lluvia.
Ya dentro del tren debía esperar 45 minutos para llegar a la capital holandesa y hacer su respectivo transbordo de viaje.
Se dedicó a leer las páginas de un libro, mientras el vaivén del tren le aguaba los ojos y se le cerraban lentamente.  Cumplido el tiempo, era hora del trasbordo y Carmen estaba muy contenta, pues en España era donde quería conocer todo el romanticismo y la libertad que había dejado en el trópico.
Mientras toma asiento, selecciona un puesto con vista por la ventana y deja las maletas donde pueda pasar el rato tranquila, solo unas horas la separan de España.
Se disponía a dormir cuando observa por la ventana una persona que la observa detrás del vidrio y le sonríe.  Entra la persona en tránsito al vagón y se sienta al frente suyo en la misma disposición de descanso viajero.
Este era un hombre interesante, de unos 40 años aproximadamente, vestía de negro, con un gabán largo para el frio, corbata verde, y zapatos de cuero negro.
El hombre se presenta, - Soy Giancarlo, vivo en Amsterdam, y voy para Francia, quien es usted hermosa dama, que alumbró mi mirada desde la ventana?
-  Soy Carmen, vivo hace unos años en Den Haag, y ahora me dirijo a España; pienso dar un recorrido por la ciudad Gaudí, estoy de vacaciones.
Todo transcurría normal, y los dos extraños se acercaban más el uno al otro, sintiendo sus pasiones de viaje, sus destinos, sus tures por la ciudad, y esos pequeños planes que realmente querían lograr.
La atracción entre ellos era una fuerza cegadora y mágica que acercaba sus ojos, sus rostros, su cuerpo, sus almas.
Ya sentían como identificaban una sus almas, y desearon que aquel instante nunca terminara.
Pero el reloj era una lucha contra el tiempo, un enemigo visible que los miraba como si fuera hora que soltaran sus manos de su cuerpo y sus labios de su rostro.  Casi ardían en pasión, y las historias y las palabras de Giancarlo y Carmen retumbaban en sus oídos y sus sonrisas, como si el Cosmos hubiese conspirado para que ese momento fuera perfecto, y les hubiese puesto al uno y al otro en la misma fracción de segundo, en aquel pedacito de Universo, en la misma silla, bajo un mismo techo, y observando un mismo paisaje.
-       ¿Será amor lo que siento? Se preguntaba Carmen.
Pues el viaje era bastante corto y solo unas pocas horas los separaban de sus destinos, Giancarlo se bajaría en la estación central de Francia, a seguir su vida y sus planes, y Carmen desembarcaría en tierras españolas.
Ambos decidieron ignorar la inclemencia del tiempo y las sutilezas dolorosas del segundero, entonces Carmen recostó su cabeza contra el pecho de Giancarlo, y entregó su último suspiro a soñar con aquel hombre que había de cambiarle su vida.
De repente, se sintió un empujón muy fuerte, el tren había frenado, y las familias que se bajaban del tren gritaban psicodélicamente – Hemos llegado a Francia!  Mientras Carmen entre dormida trataba de reaccionar lo que había pasado.
Perturbada por el sueño, miró a lo lejos como su amante corría hacia la próxima estación. – Giancarlo!!-, gritó Carmen fuertemente, hasta que la persona en tránsito volteó y la observó por unos segundos como si no la conociera, mientras el tren avanzaba lentamente a su próximo destino.