domingo, 7 de julio de 2013

El día que me mataste

Tomado de http://pinterest.com/pin/459367230712453606/

Me gustaría comenzar por hablar de mí misma, pero cómo hacerlo, por más que una persona se esfuerce, termina brincando la cuerda de la autocompasión o de la arrogancia... Una persona de la que sí me gusta hablar, es del amor de mi vida, o bueno de quien un día lo fue. Y no es porque dejara de serlo, sino porque ante la muerte es imposible responder a dudas que trascienden el saber de los humanos… ¿Cómo resolver si a quien amas sigue siendo una persona o debería empezar a clasificarse en el plano de los espíritus? Ah! Entonces ya estaríamos hablando de un misterio mucho más grande.

Lo que veo de este embrollo, es que a pesar de no interesarme tanto en mencionar cómo era físicamente el amor de mi vida, o bajo qué patrones resultaría más simple imaginarlo, considero adecuado que más bien se le recuerde por el tamaño de mis sentimientos. Y esta dimensión, aunque parezca fatua, logra trascender los niveles del lenguaje hasta conducirse en una especie de hechizo que ni yo misma podría enumerar en determinada cantidad de adjetivos con que es posible hablar de la palabra dulzura. Más bien su dulzura.

Pero… Un momento… Vale más la pena hablar del día en que mató. Ese es un día inolvidable para nuestra memoria. Tan simple, como que un día iba caminando con desaforada emoción para concretar nuestro encuentro, y el muy canalla me esperaba con un puñal que tan pronto como me di cuenta, había clavado al lado derecho de mi estómago. Los primeros segundos que parecían gloria, me daban la impresión de que era mi corazón el que se derramaba por verlo, debe ser el color rojo que me hacía delirar y la pérdida de sangre que se hacía exageradamente alarmante.

Tan pronto como figuré que mi cuerpo yacía agarrado a sus vestiduras mientras mi consciencia se desvanecía lentamente, identifiqué en su rostro un gesto demoniaco que parecía enviarme al infierno de un solo golpe. Dirigí mi mano hacia el puñal, buscando la manera de retirar el cuerpo extraño, pero sólo me encontré con su fría mano que parecía empujarlo más hacia dentro para proferir más dolor.

No sé si sería el amor instantáneamente transformado en odio lo que me ayudó a cobrar aliento, pero en medio de mi propio riachuelo de sangre y arrastrándome por alcanzarlo, trepé por su espalda, quien ante su victoria cometida no optó más que por retirarse, lo que me permitió aferrarme con fuerza a su cuello. Nadie podría describir la ira y la fuerza que circulaban por mis venas ya moribundas. Lo cierto, es que no tenía más deseo que devolverle la puñalada que me había transferido en forma de mortíferos rasguños.

Dientes, dedos y uñas fueron mi último aliento de vida. ¿Vida? Cómo podía pensar aún en vida, cuando el amor me había matado; qué digo, ¿El amor? ¿El sujeto? ¿La traición?... Aun no sabría describirlo. Desperté vestida de un hermoso traje color blanco, podía mirar las nubes, tocarlas, incluso respirarlas… De no ser por esas pequeñas hadas vestidas de blanco y de la transfusión de toda su sangre a mi cuerpo, tal vez estaría contando esta historia desde el cielo… o al menos, contándosela en persona a él…

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