Me gustaría comenzar por hablar
de mí misma, pero cómo hacerlo, por más que una persona se esfuerce, termina
brincando la cuerda de la autocompasión o de la arrogancia... Una persona de la
que sí me gusta hablar, es del amor de mi vida, o bueno de quien un día lo fue.
Y no es porque dejara de serlo, sino porque ante la muerte es imposible
responder a dudas que trascienden el saber de los humanos… ¿Cómo resolver si a
quien amas sigue siendo una persona o debería empezar a clasificarse en el
plano de los espíritus? Ah! Entonces ya estaríamos hablando de un misterio
mucho más grande.
Lo que veo de este embrollo, es
que a pesar de no interesarme tanto en mencionar cómo era físicamente el amor
de mi vida, o bajo qué patrones resultaría más simple imaginarlo, considero
adecuado que más bien se le recuerde por el tamaño de mis sentimientos. Y esta
dimensión, aunque parezca fatua, logra trascender los niveles del lenguaje
hasta conducirse en una especie de hechizo que ni yo misma podría enumerar en
determinada cantidad de adjetivos con que es posible hablar de la palabra
dulzura. Más bien su dulzura.
Pero… Un momento… Vale más la
pena hablar del día en que mató. Ese es un día inolvidable para nuestra
memoria. Tan simple, como que un día iba caminando con desaforada emoción para
concretar nuestro encuentro, y el muy canalla me esperaba con un puñal que tan
pronto como me di cuenta, había clavado al lado derecho de mi estómago. Los
primeros segundos que parecían gloria, me daban la impresión de que era mi
corazón el que se derramaba por verlo, debe ser el color rojo que me hacía
delirar y la pérdida de sangre que se hacía exageradamente alarmante.
Tan pronto como figuré que mi
cuerpo yacía agarrado a sus vestiduras mientras mi consciencia se desvanecía lentamente,
identifiqué en su rostro un gesto demoniaco que parecía enviarme al infierno de
un solo golpe. Dirigí mi mano hacia el puñal, buscando la manera de retirar el
cuerpo extraño, pero sólo me encontré con su fría mano que parecía empujarlo más
hacia dentro para proferir más dolor.
No sé si sería el amor
instantáneamente transformado en odio lo que me ayudó a cobrar aliento, pero en
medio de mi propio riachuelo de sangre y arrastrándome por alcanzarlo, trepé
por su espalda, quien ante su victoria cometida no optó más que por retirarse, lo
que me permitió aferrarme con fuerza a su cuello. Nadie podría describir la ira
y la fuerza que circulaban por mis venas ya moribundas. Lo cierto, es que no
tenía más deseo que devolverle la puñalada que me había transferido en forma de
mortíferos rasguños.
Dientes, dedos y uñas fueron mi
último aliento de vida. ¿Vida? Cómo podía pensar aún en vida, cuando el amor me
había matado; qué digo, ¿El amor? ¿El sujeto? ¿La traición?... Aun no sabría
describirlo. Desperté vestida de un hermoso traje color blanco, podía mirar las
nubes, tocarlas, incluso respirarlas… De no ser por esas pequeñas hadas
vestidas de blanco y de la transfusión de toda su sangre a mi cuerpo, tal vez
estaría contando esta historia desde el cielo… o al menos, contándosela en
persona a él…
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