sábado, 7 de julio de 2012

De la inmortalidad

En ocasiones anteriores, en uno de mis escritos influenciados por una corriente romanticista, me referí a la noción de inmortalidad como punto de partida, o idea introductoria para comprender el concepto de 'amor' en la vida del hombre.


En esta ocasión, apelando hacia una postura evidentemente más racional, debo admitir, que lo que quedaba de este planteamiento inicial, lo he deslegitimado, y es precisamente la idea que ahora planteo derribar.


Me referí entonces, a la idea de 'inmortalidad' como un hecho casi vetado para el hombre, una idea de dudosa discusión, algo que es imposible de definir desde la posición finita del ser humano, en el cual el amor lo configuraba como el elemento que dotaba de vida una existencia longeva, o más bien, inmortal.


Pero, no es acaso efectivamente el amor entre los hombres, la razón que lo lleva a la pérdida irrevocable de su existencia? No es este sentimiento el más dañino y cobarde que une a dos personas que se guían por el deseo y la autosatisfacción?


Podría tal vez pensar, que si existe un amor legítimo y verdadero, es el que se profesa hacia sí mismo, pues una vez hurgando en los caminos del tan engañoso sentimiento, los hombres se humanizan, se convierten en seres humanos que se aquejan con dolencias y desengaños, sentimientos que sólo lo transforman en un ser inerte e indigno.


Y qué decir del deshonor que produce la pérdida en la autorealización humana, la inmortalidad misma, la trascendencia del alma en la tierra, único vehículo para acceder a la condición infinita a la que aspiran, hasta los más frágiles seres vivientes.


Ese amor del que se habla, sólo nubla el camino, la meta. El esfuerzo incesante de alcanzar el deseo llena de piedras el camino y crea escenarios que conducen lentamente al hombre, a un hombre-humano, humano infectado por sus bajas y lúgubres pasiones...


Si no, es perentorio recordar la tragedia del magnánimo Aquiles, quien sometido al oráculo pudo reconocer en su sabiduría la diferencia entre una vida honorable y recordada por la humanidad, o una vida llena de penurias al lado de su mujer y sus hijos.


No hay sentimiento más engañoso, que el considerar el amor hacia otros como el vehículo para la eternidad de los hombres. No hay arte más bello que el de cultivar el amor propio, pues conduce a una vida firme, sin obstáculos para la realización del ser inmortal.